La otra mirada...

20.5.06

La doble moral de Latinoamérica Por Diego H. Goldman Puestos a analizar las causas del fracaso de Latinoamérica para consolidar instituciones sociales estables y lograr un desarrollo económico sostenido que la saque de décadas de atraso y pobreza, no son pocos los que asignan un papel preponderante a ciertos factores culturales característicos de las sociedades latinoamericanas que las hacen particularmente propensas al autoritarismo y el subdesarrollo. Se ha argumentado que la cultura heredada de la colonia española posee fuertes componentes autoritarios, vinculados al poder absoluto de la corona y el modo despótico en que gobernaron los virreyes, así como una moral contraria a la superación individual y la acumulación de riquezas, aspectos profundamente enraizados con la tradición católica y conservadora. Creo que hay mucho de cierto en estas hipótesis. Es innegable que la población latinoamericana, y muy particularmente sus elites gobernantes, sienten y han sentido una singular fascinación por el boato militarista y los líderes mesiánicos, al tiempo que reniegan, al menos en público, de la propiedad privada y la iniciativa individual. En Latinoamérica se considera poco menos que un insulto decir que alguien persigue el éxito económico, en tanto que se estima como ejemplos de virtud a quienes dicen perseguir “el supremo interés del pueblo”. No es casual, en este sentido, el endiosamiento de asesinos despiadados como el “Che” Guevara, que regaron el continente de sangre en búsqueda de la utopía colectivista, la reivindicación de los nacionalismos, la búsqueda de la “identidad” latinoamericana y, en general, el ensalzamiento de la colectividad y el desprecio por lo individual. Con todo, no creo que esa sea la “única” realidad de Latinoamérica. Por el contrario, la experiencia demuestra que los latinoamericanos, en su actividad privada, son tan propensos a la superación individual como cualquier otra sociedad. Resultan particularmente interesantes al respecto las investigaciones del Instituto Libertad y Democracia del Perú, que han demostrado que, en los asentamientos urbanos ilegales de Lima (y con seguridad lo mismo pasa en el resto del continente), las personas tratan de delimitar derechos de propiedad privada y sistemas paralegales que los protejan. No es menos notable la existencia de un sector económico informal, donde millones de latinoamericanos intercambian bienes y servicios, y crean normas consuetudinarias que regulan sus actividades y solucionan sus controversias. Otro ejemplo interesante de aceptación “popular” de instituciones como la propiedad privada y el mercado libre se presentó en la Argentina durante la crisis de fines de 2001 y principios de 2002. En medio del alto desempleo y la recesión, muchas personas se dieron cuenta de que, pese a carecer de “liquidez”, no habían perdido la capacidad de producir bienes y servicios útiles a sus semejantes. Ante tal situación, y lejos de adoptar soluciones colectivistas de corte socialista, afloraron espontáneamente “clubes del trueque”, donde las personas intercambiaban bienes y servicios en condiciones de mercado libre y con normas extralegales propias, que delimitaban derechos de propiedad y posibilitaban las transacciones. En lo peor de la crisis el sistema llegó a tener un gran éxito, inclusive con la aparición de una moneda propia absolutamente privada (los “créditos” o “arbolitos”), y permitió obtener medios de vida a varios miles de personas. El posterior fracaso del sistema se debió más a la pérdida de confianza en la moneda y la recuperación de la economía formal, que al rechazo de la gente por las instituciones capitalistas. Lo interesante del caso es que permitió demostrar la viabilidad de un sistema de moneda e intercambios privados sin intervención gubernamental. Es decir, bajo la superficie de un sistema legal excesivamente rígido y paternalista se desarrolla un sistema informal dinámico caracterizado por el respeto de los derechos de propiedad y la iniciativa individual, es decir, las bases de lo que en otras sociedades ha engendrado un capitalismo próspero y riquezas generalizadas. Una explicación plausible del fracaso latinoamericano debería, a mi entender, conjugar estos patrones culturales contradictorios. La paradoja latinoamericana es, en buena parte, rechazar en la teoría la libertad y la iniciativa que se ejercen en la práctica. A mi entender, existe en Latinoamérica una “moral pública” que lleva a las personas a declamar su rechazo al individualismo y las instituciones liberales como el mercado y la propiedad privada, probablemente heredada de la prédica eclesiástica de la época de la colonia y del absolutismo con que la corona española manejo sus asuntos en América desde la conquista. En el siglo XX, a ese antecedente cultural se sumó la irrupción de ciertas corrientes filosóficas altamente antiindividualistas y autoritarias introducidas por ciertas elites educadas en Europa, como el nacionalismo fascista, el comunismo y, más tarde, el socialismo revolucionario. Esas ideas han generado una suerte de “super yo” colectivo, que hace que muchos latinoamericanos expresen en público (y muchas veces se crean sinceramente convencidos) su rechazo a la libertada individual y la persecución del lucro, y adhieran a ideales populistas y “solidaristas”, en el fondo, por el temor a ser rechazados por sus pares. Esto explica en parte, a mi entender, la gran adhesión que han logrado todo tipo de políticos populistas, demagogos, autoritarios y esencialmente corruptos, que disfrazan su verdadera naturaleza apelando a ideas tales como la “solidaridad”, “el interés del pueblo” y la “suprema voluntad de la Nación”, cuando en realidad lo que buscan es la suma del poder público, el silenciamiento de la oposición y la consecución de riquezas para si y sus amigos, mediante la expoliación legal de la población y la restricción de la competencia. Sin embargo, como los ejemplos lo demuestran, en la intimidad de su hogar, lo que realmente quiere la mayoría de las personas en Latinoamérica (y en cualquier lugar del mundo) es el bienestar para si y para su círculo afectivo mediante el trabajo decente, el respeto de sus derechos y su libertad de elección y que el gobierno intervenga lo menos posible en su vida. El gran drama de Latinoamérica es la existencia de una “moral pública” autoritaria e hipócrita, que impide decir en público lo que se piensa y hace en privado, que obliga a rechazar la libertad que en realidad tanto se anhela.
El día que seamos capaces de derribar el muro de hipocresía que nos rodea, empezaremos a salir del laberinto en que nos encontramos.